jueves, 25 de julio de 2013

SOÑANDO CONTIGO

Hace muchos años conocí a alguien que considere extraordinaria. No fuí yo extraordinario para ella. Cuanto más quise olvidarla, más me acompañaba (y en ocasiones aun me acompaña) en mis recuerdos. Quise odiarla, mas no pude pues ninguna culpa tenía, las cosas son como son. De esa negación salieron las fuerzas para adentrarme en el BDSM.
Fueron aquellos escasos días felices, y nacieron versos improvisados nunca pronunciados. Ya alejada, escribí un relato, excusa para leer en voz alta aquellos versos novatos, y dejé expuesto aquel relato en varias páginas de foros de BDSM. Creo que fue uno de mis primeros relatos que decidí publicar en abierto para lectura general. Por suerte he podido recuperarlo al zambullirme en la historia de mis intervenciones como internauta del BDSM. Llamenme sentimental, pero no puedo dejar de volver a publicar aquel escrito, ahora ya en un espacio más personal, mío, este blog. Tengo que secar los ojos por la melancolía de recuperar algo que era tan mío... gracias a todos aquellos que lo leyeron y dieron su apoyo a este novel escritor de tres al cuarto que siguió en su vida conociendo nuevos amigos y amigas y atreviéndose a seguir escribiendo pequeños relatos.



Estaba sentado, en medio de esta habitación oscura, inmerso en mis pensamientos. Estaba perdido en medio de un mar de ideas y dudas, confundido entre una serie de sensaciones indescriptibles. Fue entonces cuando abriste la puerta. En esta habitación tan oscura sólo entra la luz que cruza el umbral de esa puerta en la que tú, mi Diosa, te encuentras, ahí, quieta, de pie, apoyando un codo en el marco, colocando la mano en tu cabeza, y la otra mano, descansando sobre tu cintura. Un suave viento juega con tus largos, lisos y rubios cabellos.

¡Como envidio ese viento,
que juega con tu pelo en cada momento!
¡Como envidio ese viento,
que acaricia tus mejillas sin un solo lamento!
¡Como envidio ese viento,
que roza tus labios sin pedir tu consentimiento!
¡Como envidio ese viento!
Porque jugar con tu pelo, acariciar tus mejillas y rozar tus dulces labios,
es mi sueño eterno.

Mis ojos, humedecidos.
En mis labios, tímida sonrisa.
Hoy te tengo más cerca.
Inmóvil, sigues bajo un dintel que debería estar repleto de ángeles con trompetas doradas que anunciaren tu entrada.

Adaptados mis ojos al contraste de luz y oscuridad, entreveo lo que llevas puesto. Ese pantalón de cuero negro que tan bien te sienta, adornado por esa cadena que rodea tu cintura, cayendo un extremo de dicha cadena por tu muslo izquierdo. Y, como no, ese top de latex negro ajustado, que resaltan y alzan tus bellos pechos, los más hermosos que mis ojos hayan podido ver en su vida, dejando al descubierto tu barriguita, que tanto ansío besar y acariciar. Viéndote así, me quitas ya la poca cordura que tengo.
Mi vista cae al suelo. Has movido una pierna, colocando un pie de lado. Dejas entrever esos zapatos de tacón de aguja… sabes que me estás matando. ¿Cuánto llevas ahí? ¿Quizás un minuto? Parece que hayan pasado horas.
Inmóvil, sigo en mi silla, en medio de una habitación vacía. NO. Ahora no está vacía. Estás tú, y tu presencia llena la habitación de toda la pasión que mi vida necesita. Muero de impaciencia. ¿Qué ruido es ese? ¡Ah!, ¡Ya se!. Es mi corazón que late cada vez más deprisa. ¿Lo escuchas?.
Por fin decides moverte. Te acercas despacio, moviéndote con esa elegancia de dama refinada. Siento el sonido del taconeo en el frío suelo. Pisar sereno, fuerte y decidido.
No me atrevo a alzar la vista. Soy poca cosa para mirar los ojos de una divinidad como tú. Si viviésemos en aquellos años donde la mitología lo explicaba todo, todos los que te viesen pasar, se arrodillarían ante ti, porque reconocerían a la Diosa Venus… la más bella de entre todas las Diosas.
Estoy en medio de estos pensamientos, cuando de repente me doy cuenta de que te tengo frente a mí. Me dejo caer de la silla, y me pongo de rodillas ante ti. Doblego todo mi cuerpo, y postrado así, comienzo a besar cada centímetro de piel de esos zapatos negros. No dudas en mostrarme esos diez centímetros de tacón, que también debo de besar con sutileza.
Siento como acaricias mi nuca… mientras sigo con ese tacón, pienso que puede ser lo que eriza los pelillos de mi nuca… ya lo he identificado… su escasa longitud y flexibilidad me hace pensar en una fusta. ¡Dios! ¿Será ésta mi gran noche? O ¿Será hoy mi gran día? Ya no se cuanto tiempo llevo… pero sí se que llevaba tantos años esperándote.
De repente, un sonido. ¿Qué es?. Abro los ojos rápidamente. La habitación está oscura. No noto tu presencia. Tú ya no estás. En la mesita está sonando el despertador. ¡Maldito aparato que me ha recordado que todo era un sueño!.
Apago el despertador.
Unas lágrimas caen por mis mejillas. ¿Dónde estás?. Te vi cerca. Te sentí cerca. Pero cada vez estás más lejos.
Fantasía frente realidad.
Necesito cerrar los ojos: quiero vivir esa fantasía antes de volver a la cruel realidad.
Acostado, con la cabeza sutilmente apoyada en un lateral de la almohada, con mis brazos, abrazo el resto de la misma pensando en ti. Pensando dónde estarás; con quién estarás; que manos acariciarán tu piel; qué brazos rodearán tu cuerpo; y qué labios besarán los tuyos.
Un día te entregué lo más valioso que yo tenía: mi corazón. Aún no se por qué lo rechazaste.
Caigo en un profundo sueño, del que no quiero ya despertar.
El eterno soñador
[Dedicado a un amor platónico que sé que nunca lo leerá; dedicado a una joven que junto a una estación de tren la encontré, y desde entonces, anclado en aquél instante me quedé; dedicado a aquella mujer que por fuerza he de olvidar, pero que sigue en mi cabeza presente como el primer día.
Si es verdad que hay un ser superior que escribe nuestra historia, al que llamamos “destino”, maldigo al escritor que me ha tocado en suerte, que osó presentarme un día a un ser angelical, capaz de serenar las trémulas aguas de mis sentimientos contradictorios, y después la apartó de mi lado. Y si la historia la escribimos nosotros mismos… entonces, me maldigo a mi mismo por no haber sabido tomar lo que me venía bien servido, ser paciente y esperar el mejor momento. Sabias palabras de la razón: paciencia, que el tiempo todo lo arregla… gran mentira que me acompaña todos los días.
A ti, que se que no me leerás, vieja amiga mía, te digo: “lo siento; perdóname por ser impaciente, ya que la impaciencia me alejó de ti… pero cuanto más lejos, más presente te tengo en mi memoria”.
Cerca de mi en el ámbito espacial; lejos de mi en el ámbito sentimental; y dentro de mi cabeza por no se cuanto tiempo más. Un beso de quien quiso pero no supo amar].

Somiador- 17/11/2005

Gracias club sumisión por permitirme publicar aquellos pensamientos y gracias por conservarlo tanto tiempo. Gracias a tí, querida que ya ni te acordarás de mi... sí... gracias, pues aquel desapego por mi me ha permitido conocer un mundo que estando a tu lado nunca hubiese conocido por temor a perderte, por miedo a que no me comprendieses... Gracias a aquellos que, siendo pacientes, siguen ahí a mi lado.

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